En el Archivo Municipal de Sabadell se
conservan las fotografías de la familia Trabal en Santiago de Chile. Salieron
de Barcelona a finales de enero de 1939, pasaron un año en el refugio de
Roissy-en-Brie, cerca de Paris, y el 9 de diciembre se embarcaron hacia Chile, vía
Buenos Aires, en vapor Florida. Junto a Francesc y Josep María Trabal, de
Antoniette y Georgette Bordesvielles, las dos hermanas francesas casadas con dos
catalanes, la madre de los Trabal, Emilia Benessat. Es una mujer apersonada, vestida de negro,
con los cabellos blancos recogidos en un moño que deja a la vista unas orejas
finas. La veo sentada en el césped del jardin, en una fotografía de Roissy, con
sus hijos y las yernas. Detrás de ellos Joan Oliver fuma en pipa y conversa con
un desconocido. A bordo del Florida Francesc Trabal y Antoniette Bordesvielles sonrien
y brindan. En una fotografía del mismo día, Emilia Benessat se apoya en la baranda
con un gesto melancólico. En 1939 Trabal tenia 39 años. Dos años antes había obtenido
el premio de novela Crexells, el más prestigioso que se otorgaba en Cataluña.
Se caso en 1927 y empezó a publicar dos años después, libros transgresores,
emparentados con la literatura de vanguardia y con las mas modernas maneras de
narrar. Antoniette Bordesvielles tenía 36 años. Era una mujer de rasgos
eslavos, de exótica belleza, Francesc Domingo le pinto un retrato en el que
aparece con una mirada gélida y la media melena, de flapper, que Louise Brooks
puso de moda en sus películas. Para Francesc Trabal y Antoniette Bordesvielles
el exilio represento el fin de una época. Quizas por influencia de este cuadro
de Domingo me los imagino como a Francis Scott y Zelda Fitzgerald, atropellados
por la guerra. Trabal dejo rastro de actividades
más o menos exitosas, artículos cargados de
añoranza, proyectos inacabados. En 1939 Emilia Benessat tenia 65 años. Viuda desde
los 57, había dejado en Barcelona a su hija Montserrat con la nieta, Anna
Maria, para acompañar a los hijos mayores en la extraña aventura de ultramar La
busco en las fotografías. En un jardín tropical, con la misma ropa que llevaba
en la foto del barco: quizás durante una escala en Rio de Janeiro. En el Parque
Balmaceda, con una bata oscura, el cabello recogido que deja ver las orejas
finas; cosiendo en la casa de la plaza Brasil, junto a la radio; en Valparaíso,
vestida de negro, sobre las rocas, como un personaje de tragedia.
En abril de 2005 llegue a
Santiago de Chile siguiendo el rastro de los escritores catalanes, para
documentarme para la exposición Literaturas del exilio y filmar una película con
el equipo que dirigía Joaquim Jorda. Organizamos un encuentro en el Centre Catalá
con los supervivientes del exilio. Estaban Victor Pey, Jose Ricardo Morales,
Jose Balmes, Roser Bru, Rafaela de Buen, Cristian Aguade, Anna Maria Prat y en representación
de la antigua colonia catalana, Llius Grau y Sigfried Grimau. Jorda quería que
la gente hablara abiertamente, sin inhibiciones y ordeno al mozo que no faltara
vino en las copas. En su película Veinte años no es nada, hay una escena parecida.
Los trabajadores de una empresa colectivizada se vuelven a encontrar en un
almuerzo sorpresa veinte años después del cierre de la fabrica. El exilio es
una experiencia fragmentaria y contiene un elemento inflamable, no se es un buen
tema para hablar en una mesa con desconocidos. En el caso chileno, las
complicaciones de la historia política, no ayudan a mejorar la situación. Pero
por encima de estos factores, había otro que acabo imponiéndose. Investigábamos
a un grupo de escritores catalanes que llegaron a Chile en 1940. Joan
Oliver/Pere Quart regreso en 1948, Trabal murió en Santiago en 1957 y Cesar
August Jordana en 1958, después de pasar la mayor parte de su exilio en Buenos
Aires; Xavier Berenguel mantuvo su laboratorio en la avenida Vicuña Mackenna
hasta los años ochenta, pero desde 1954 hacia su vida en Barcelona y la relación con Chile se hizo cada vez mas
tenue. Solo Domenec Guanse ocupaba un lugar en la memoria colectiva. Fue el ultimó
en partir y durante el tiempo en que estuvo en América, desempeño un papel
importante como secretario del Centre Catalá. En la biblioteca todavía se
conserva su retrato, estático y triste. Vivía solo en una pensión, y muchas
veces sus amigos catalanes le invitaban. De María Rahola, me dijeron, fueron
grandes amigos. Pero a la hora de concretar aquel recuerdo no me supieron dar
ninguna referencia precisa ni detalles concretos.
Desde entonces he regresado a Chile unas
cuantas veces, algunas de las personas que se sentaba aquel día en la mesa son
ahora mis amigos. Después de hablar con ellos he vuelto a consultar los
archivos, he reunido nuevas informaciones sobre la vida en Santiago y los
ambientes intelectuales que encontraron los refugiados del 39, he reconstruido la
pericia de los padres y me he interesado por el punto de vista de los hijos.
Montserrat Abelló llego a Santiago con 21
años. Cristian Aguade y Rafaela de Buen tenían 18, Joan Jordana 17, Roser Bru y
Nuria Jordana 16, Jose Balmes 12, Montserrat Julio 10; Xavier Berenguel 8 y su
hermano Leopold 5. Anna Maria Prat, también con diez llego en 1948. Junto a la visión
de los desterrados,
la mirada de los hijos que crecieron en Chile.
En los álbumes familiares hay fotografías que no aparecen nunca en las
publicaciones del exilio. Fotografías del castillo de Roissy-en-Brie: Nuria y
Joan Jordana, los más jóvenes del grupo, se retratan con unos chicos franceses,
frente a la piscina, en las calles del pueblo, mientras sus padres y los otros
refugiados matan las horas en el comedor. Ya en Santiago, las salidas
dominicales al Cerro Santa Lucia o a la Quinta Normal, las vacaciones en
Algarrobo y Viña del Mar. Partidos de baloncesto, excursiones a caballo,
paellas en el solar del Estadio Catalán y en el Refugio de Farellones. Fotos
para enviar a los familiares de Barcelona: los mayores solemnes, vestidos con
traje y corbata, ellas peinadas con muchas ondas, en una escalinata de
chavales, Rosor Acala, José Balmes y Montserrat Julio, sentados a sus pies
riendo y haciendo carotas.
El tiempo pasa, los jóvenes se hacen mayores,
se casan, estudian, se colocan, montan negocios, ganan dinero, viajan y
recuperan el contacto con Cataluña. Los viajes de exploración al país de origen
refuerzan la identidad chilena. Al mismo tiempo se alimenta un ansia que nada
cura. En el año 1957, el Centre Catalá de Santiago inicia una nueva etapa de la
revista Germanor. Creada en 1912, en los años cuarenta ofreció una tribuna a
los escritores exiliados. En esta nueva etapa es un boletín de noticias que recoge
las incidencias de la colonia y publica informaciones acerca de los que se fueron:
Los actores Montserrat Julio o Alberto Closas que hacen carrera en Barcelona y
en Buenos Aires; Margarita Xirgu que actuó en México: Josep Ferrater Mora que regresa
a Estados Unidos después de una gira por Europa. En la sección de viajeros, las
opiniones y comentarios de los “palo -gruesos”, que vuelven de viaje de turismo
a la Península.
“Han recorrido Cataluña palmo a palmo, con el éxtasis
en los ojos”. “Nos seria imposible recoger aquí todo lo que explica y como que además
prepara una conferencia en la Peña no nos vamos a anticipar”, “Ha vuelto
maravillado, pero decepcionado por el indiferentismo general”.
En 1987 Roser Bru publico en el boletín del
Centre Catalá un texto extraordinario, una composición con fragmentos de
infancia perdida: “La memoria aturada a Barcelona” (la memoria detenida en
Barcelona). Evoca el perro muerto junto a un canal, el profesor que amenaza al niño
diciéndole que el alma se le va a poner negra, la imagen del alma como una pera
que se pudre en medio del pecho o como un doble con la forma de uno mismo, como
el forro de un abrigo. Un contador va marcando faltas: los pecados y los
castigos de las personas mayores. Suenan himnos patrióticos, con palabras que se
aglutinan o despegan, como rompecabezas desajustados. “¿¡Y estos, los padres,
que nunca hacen lo que uno espera!-escribe
Roser Bru. Te haces un corte en la falda nueva y querrías que no llegara nunca
la hora del descubrimiento. Y entonces no te dicen nada. Pero un día te pierdes
de los demás, y caminas y caminas hasta rehacer el camino para regresar a casa
y entonces pueden, estos mayores, montar un inmenso escándalo…y tu que tanto sufrías
caminando de prisa. Y todo porque al entrar en el horno-olor de pan y coca
guillotinada-mire a mi alrededor y sin reconocer a los míos-madre, hermana-, ¿me
habrían olvidado? Y corriendo camine muchas cuadras hasta llegar al rellano de
casa y, ¡Que extraño! ¿Nadie había llegado todavia!”. La culpa, la casa desierta,
el imposible retorno.
De nuevo en Santiago, Adina Amenedo, la viuda
del diseñador Mauricio Amster, me invita a almorzar. Están Rafaela de Buen y
Montserrat Bru. Roser explica anécdotas de Neruda. Cuando se quedaba solo en Isla
Negra, al principio, había un solo teléfono y era de un catalán que se llamaba Ferrer.
“Todo lo que necesito lo tienen los catalanes: los teléfonos, las maderas, los
muebles. Cherchez le catalán”. Y ahora, esta frase que Neruda decía pensando en
su vecino Ferrer, en Cristian Aguade y en Rodríguez Arias que le proporcionaban
los muebles y le ampliaban la casa, adquiere una nueva dimensión en relación con
un mundo de hombres y mujeres perdidos, de escenarios que desaparecen bajo la proliferación
de nuevas construcciones, de historias que se precipitan hacia la segunda muerte.
Jordana y la cite donde vivió los primeros años en Vicuña Mackenna junto a la
Avenida Matta, donde conoció a los dos jóvenes cabros que le inspiraron su
novela El rusio i el Pelao. Hace poco he encontrado en la Biblioteca Nacional
una fotografía de Antonio Quintana de una cite muy parecida: un corredor
oscuro, con casitas a lado y lado. El mundo de Trabal, la utopía de crear un
Instituto Chileno –Catalán de cultura, de capitalizar las energías de los
emigrados para reforzar la patria: convertir la soledad en una promesa de
futuro. La vida de Guanse, convertida en un pálido recuerdo para los catalanes
de Chile, fantasma del secretario permanente en el retrato al oleo de la
biblioteca del Centre Catalá que es como el retrato de Dorian Gray de nuestro exilio.
Hay una foto del archivo de Cesar- August Jordana
que Rafaela de Buen guarda en Santiago de Chile, la descubro, me impresiona, la
copio y me la llevo a Barcelona. El padre de Jordana tenía una mina de yeso. El
hijo, antes de ser escritor, estudio para ingeniero: entre las fotos familiares
mas antiguas hay dos o tres de la Escuela Industrial, aulas, profesores y
compañeros de clase.Otras muestran una visita a la mina. En la fotografía
que me gusta se ve la gruta desde el interior, un grupo de hombres con sombrero
pisando las vías, la luz entra cenitalmente, e ilumina a uno de los personajes
que se recorta sobre el fondo blanco. Buscar el hombre desaparecido tras los grandes
relatos, tras la época del exilio y sus gonfalones. Mando la fotografía de la
mina a mi amigo el novelista Julia de Jodar: “¡Que metáfora para un exilio!”-me
escribe-no sabes si están buscando Cataluña oscura y perdida en las entrañas de
la tierra, mientras un rayo de luz-las emociones, la cultura, la solidaridad-los
ilumina, o si es que, perdidos en tierra incógnita-el exilio, el extravío, la
oscuridad-el recuerdo de Cataluña les da luz y un poco de calor”.
El individuo solo, la vieja que cose, la mujer
a la que mataron a su padre, el niño que acarrea la maleta con el dibujo de
Mickey Mouse y los cromos que muestran teatros, huelgas, un viaje a América premonitorio;
el hombre que lleva en la cartera hasta la muerte un poema y la cedula de
identidad de Sabadell; el que se acaba de separar y vive en una pensión, la
hija se marcha para casarse en Madrid; el que esta a punto de entrar a trabajar
en la Nestlé consigue dinero y monta un laboratorio; el que se deja llevar por
el desanimo, enferma del pulmón, sobrevive en su retiro hasta que lo mata una apoplejía;
el que se queda, el que se va, el que regresa y se compromete, y vive la vida,
y se construye una torre en Portinaix. Las historias de los emigrados con su
tristeza, con su grandeza opaca: cherchez le catalán.
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